El mundo moderno está desestabilizado completamente porque la mujer no sabe quién es y, más que nunca, se cuestiona su identidad y misión. Ha asumido esquemas masculinos en detrimento de su femineidad, separándose así de su naturaleza profunda. De este modo, también el hombre queda desorientado y desestabilizado.
La única manera para no entrar en oposición de fuerzas, es plantear de manera adecuada su relación con el hombre, es decir, planteando la relación de la mujer con Dios.
La conversión de la mujer es aurora de la conversión de los demás hombres. El maligno es mucho más celoso de la mujer que del varón porque ella tiene la misión de ser vida, de dar la vida y por ello, de participar íntimamente en el plan de Dios.
La mirada cariñosa de Dios sobre las mujeres las reconcilia con ellas mismas y restaura en ellas su propia imagen.